Es una suerte que el Zendal apenas cuente con personal ni pacientes, porque de otro modo quizá el derrumbe podía haber matado a alguien. Tal y como está, por fortuna, sólo es un hospital de adorno, una casita más en el enloquecido monopoly de los proyectos megalómanos en la capital: la Fórmula 1, la noria gigante de Arganzuela, el Cristo Ronaldo y los Juegos Olímpicos Perpetuos.