La pasada Navidad en Palestina, en la tierra de Gaza, como todos los días desde hacía más de un año, los cielos se iluminaron una y otra vez por las bombas de Sión. No hubo estrella de Belén que las desviara, ni túnica sagrada que cobijara esta tierra. Su resplandor no trajo buenas nuevas como las que el arcángel Gabriel llevó a María, sino destrucción, dolor, muerte y venganza desmedida.