Sol y sombra les llamaban a las dos hermanas, igual que al coñac con anís que tomaba su padre los domingos. Una era rubia y otra morena. Una era seria e introvertida y la otra sonriente y habladora. Por eso era tan difícil decidir quién era sol y quien era sombra. Quien no las conocía, pensaba que Cristina, la rubia, era el sol, y Amaya, la morena, la sombra. Quien las trataba con frecuencia, era de la opinión contraria. Su hermano Juan contrajo una grave enfermedad degenerativa y después de infinita lucha y sufrimiento, …