El anuncio del Ajuntament de Barcelona de poner en marcha un plan piloto para abrir un centro cívico en horario nocturno y destinarlo a actividades de ocio juvenil podría parecer, a primera vista, una iniciativa modesta, casi técnica. Un equipamiento público que amplía horarios, una oferta cultural alternativa al bar y a la discoteca, una respuesta institucional a las quejas por el ruido y al agotamiento de un modelo de ocio excesivamente vinculado al alcohol y al turismo.