Son las siete de la tarde. Solo las siete, y ya es de noche. Las luces de los SUVs eléctricos me ciegan mientras, con paso fúnebre, agarro un carrito de la entrada. Entro en el supermercado y lo primero que observo son las caras demacradas de los cajeros. Con esos chalecos verdes parecen un árbol de Navidad chino. Huele a muerte, hiede a desolación. Recorro los pasillos con el móvil en la mano. Voy clickando los checkboxes de la lista mientras esquivo los carritos de otros parias de la tierra. Ropas harapientas, ojos …