Hay excepciones, claro, pero, normalmente, ese color es el elegido para revestir los asientos de las salas. Pero, ¿qué razón hay detrás de esta tradición? El origen se remonta al siglo XIX, cuando la ópera experimentó un nuevo esplendor. Los teatros estaban decorados en colores muy ricos: rojo y dorado. El rojo, en concreto, se ha asociado en el pasado con riqueza, poder y prestigio y la ópera era un evento social para las clases altas -luego también llegó, con espectáculos menos grandes, a la gente común-.
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