There Is a Light That Never Goes Out no es solo una canción de The Smiths. Es una confesión a media voz, una carta que nunca se mandó, un drama romántico digno de Richard Curtis, pero sin final feliz. Morrissey canta como si se le rompiera el alma con cada verso, mientras Johnny Marr orquesta la tragedia con cuerdas que no se escuchan, se sienten. Es amor, es nostalgia, es ese “quizá” que todos arrastramos. Y sí, da cosica. De la buena. De la que quema, pero te abraza. Porque hay luces que no se apagan nunca. Y esta canción es una de ellas.