El 30 de noviembre de 1808 Napoleón trataba de lavar en Somosierra, con sangre, una afrenta casi personal: la derrota de uno de sus flamantes ejércitos, el de Dupont, en julio de ese mismo año, en Bailén. Decidió dar un escarmiento a esa España que lo había ridiculizado pese a que ni siquiera estaba unida sino dividida entre partidarios del cambio de dinastía de los Borbón a los Bonaparte. Obstinado, obtuvo un triunfo aplastante que, sin embargo, en apenas cuatro años, no le iba a servir de mucho ante hombres más obstinados aún que él.
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