El pasaje, leído hoy, produce una sacudida casi anacrónica, porque de pronto Cervantes parece hablar en la lengua de los casinos modernos, como si en mitad del Siglo de Oro alguien hubiera entendido ya que el corazón del juego no está en el azar puro, sino en la ventaja mínima, estadística, mental, esa grieta microscópica que separa al jugador que mira las cartas del que las lee, y no es casual que el as, carta dúctil, ambigua, capaz de valer uno u once, sea el centro de la explicación.
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