Irlanda acaba de hacer algo que, en la Unión Europea, equivale a un grito en mitad del rebaño: prohibirá la importación de productos procedentes de los asentamientos ilegales israelíes en Palestina. Dátiles, naranjas, aceitunas. Frutos pequeños, gesto gigante. Mientras el genocidio sigue su curso, con niños enterrados bajo escombros y hospitales reducidos a ceniza, Irlanda ha decidido cortar la cadena de complicidad. Porque cada euro que paga por un producto extraído de tierra robada, es una bala más contra un cuerpo palestino.