El sistema de salud privatizado estadounidense tiene tres patas en tensión constante: hospitales y médicos que tratan a la personas como clientes y no como pacientes y que inflan los costes de los tratamientos, un sistema de seguros y copagos que casi nunca cubre todo lo que se necesita y entierra a sus beneficiarios en cláusulas, letra pequeña y burocracia y unas farmacéuticas casi libres para fijar los precios. Más de la mitad de los estadounidenses con seguro no comprende bien al menos un aspecto de su póliza, y más de un tercio qué cubre.