Hay palabras que uno no sabe si ha escuchado en misa, en un tratado de alquimia o en una delirante columna de gerifalte de El Mundo con el diccionario de sinónimos bien a mano. Voces que parecen inventadas por un académico rancio o por un funcionario del Siglo de Oro con demasiado tiempo libre. Palabras que nadie usa, que casi nadie entiende, pero que el idioma conserva como si esperara que algún día volvieran a ponerse de moda. Este texto es un safari por ese léxico olvidado, barroco, brillante y rebuscado.