
Publica hoy El Mundo una encuesta donde los resultados se muestran con gráficos de barras, que cuesta pensar que hay una mente con un mínimo de inteligencia detrás de su elaboración. En primer lugar se comprueba que en la mayoría de las preguntas los resultados no suman 100%. Y no es por una diferencia de una o dos décimas, que sería entendible por los redondeos, que hay casos como en la del Defensor del Pueblo en 2025 en que faltan 2,9 puntos. Además, hay unos cuantos gráficos en que las barras no son proporcionales a los valores. El caso más escandaloso es en la pregunta referida al Congresos de los Diputados (que también hay errata en la leyenda) donde las barras de 2025 parecen realizadas a boleo.
Dios no existe porque el fundamento primero del universo (ya sea físico o metafísico, aunque lo lógico es que sea metafísico) no puede tener una personalidad (debe ser un fundamento impersonal, como el campo electromagnético o el espacio-tiempo); y no puede tener una personalidad porque no puede tener un "yo".
Es decir, demostrar que el fundamento causal primero del universo no puede tener un "yo" es demostrar que no puede ser un dios, y por tanto es demostrar que dios no existe.
Para demostrar por qué el fundamento causal primero del universo no puede tener un "yo", conviene que nos paremos un momento a considerar qué es un "yo".
El "yo" tiene que ver con los seres humanos. Mas concretamente tiene que ver con la inteligencia humana.
Realicemos un pequeño análisis de la inteligencia humana.
La inteligencia humana tiene dos ramas o tipos.
Una es la que podemos llamar "inteligencia inductiva", o "inteligencia de aprendizaje", o "inteligencia observacional", o "inteligencia de estímulo", o "inteligencia hacia el pasado". Esta es la inteligencia por la que observamos y aprendemos cosas (patrones, regularidades, leyes, etc) del entorno que nos rodea. (Esta es la inteligencia por la que aprendes que cuando te dejas encendida la pantalla del móvil en el coche todos los semáforos te cogen en verde para no dejarte apagarla).
La otra es la que podemos llamar "inteligencia deductiva", o "inteligencia tecnológica", o "inteligencia constructiva", o "inteligencia aplicada", o "inteligencia de reacción", o "inteligencia hacia el futuro". Esta es la inteligencia por la que utilizamos los aprendizajes que hemos adquirido del entorno (a través de la primera inteligencia, la de aprendizaje), y actuamos en consecuencia para desarrollar técnicas óptimas o beneficiosas que solucionen nuestros problemas. (Esta es la inteligencia por la que enciendes la pantalla del móvil en el coche para que todos los semáforos te cojan en verde y tardes menos en llegar a tu destino).
El "yo" tiene que ver con el primer tipo de inteligencia, es decir, se define con el primer tipo de inteligencia, la "inteligencia de aprendizaje u observacional".
El "yo" no es algo absoluto, es algo relativo. El "yo" solamente puede existir en la medida en que también exista el "no-yo", es decir, el "algo que no soy yo, que está separado de mí y es distinto de mí, y no me pertenece, no es interno a mí, es externo a mí". Si no hay un "no-yo", tampoco hay un "yo". El "yo" no es algo absoluto, no puede existir por sí mismo, sin un "no-yo".
La "inteligencia de aprendizaje u observacional" precisamente consiste en poder observar tu entorno, en saber qué "no-yo's" hay en él. Por eso la "inteligencia de aprendizaje u observacional" es la que crea y fundamenta el "yo", la subjetividad.
Ahora que ya sabemos, a nuestros efectos, qué es el "yo", tenemos que responder a la pregunta de partida: ¿por qué el fundamento primero del universo no puede tener un "yo"?
Porque para el fundamento primero del universo no hay ningún "no-yo". Si el fundamento primero del universo engloba absolutamente todo lo que hay, si todo le pertenece, si no puede haber nada fuera de él que exista con independencia de él, entonces para el fundamento primero del universo no hay ningún "no-yo", y por tanto el fundamento primero del universo tampoco puede poseer en sí un "yo".
No puede haber nada ajeno, externo al fundamento primero del universo, sobre lo que este fundamento necesite "aprender" o que este fundamento necesite "observar para aprender de ello", porque este fundamento primero es el que lo crea o produce todo. Él ya lo "sabe" todo sobre el universo o universos contingentes que él mismo crea, porque él los crea. Como este fundamento primero ya "lo sabe todo" sobre el universo que crea, entonces no necesita tener una "inteligencia de aprendizaje u observacional", que le permita contemplar un "no-yo" externo e independiente. Como para este fundamento primero no puede haber un "no-yo" externo e independiente, entonces en este fundamento primero no puede haber un "yo".
Como se quería demostrar.
Por tanto el fundamento primero es impersonal, no divino. El fundamento primero queda desparasitado.
No sabemos cómo exactamente puede ser el fundamento primero, porque al ser metafísico no podemos observarlo, pero le debe pasar algo parecido a los campos cuánticos y al espacio-tiempo: crean estrellas o seres humanos sin que podamos atribuirles ninguna personalidad.
El fundamento primero metafísico sería como una "ley de leyes" o "causa de causalidades": tendría ciertas características que le harían producir o construir "ciegamente", impersonalmente, leyes o causalidades físicas, de forma parecida a como el espacio-tiempo y los campos cuánticos construyen, ciegamente y sin personalidad, seres humanos inteligentes.
Feliz vuelta completa al sol.
Este fin de semana fue la fiesta del vino en el pueblo. Andaba yo con unos amigos tomando unas copas. Ellos tienen hijos de la misma edad que los nuestros; su pequeño va al colegio con mi pequeña. Él trabaja de sol a sol, sus jefes le llaman a cualquier hora, incluso los fines de semana. Ella llegó a un acuerdo con su empresa para que la despidiesen. Durante todo este tiempo ha estado cobrando el paro y, a la vez, limpiando casas, en negro, por supuesto.
Yo siempre intento no hablar de política, nunca acaba bien. Pero entre copa y copa él empezó a quejarse amargamente del Gobierno, volvía una y otra vez a los mantras de siempre. Aunque suene a cliché, la conversación fue exactamente como la describo:
—Es una vergüenza que paguen los cambios de sexo —dijo.
—Bueno, son pocos y también sufren con eso —argumenté.
—Y una mierda, si has nacido así te aguantas —replicó.
Entendí que no merecía la pena discutir más. Le di un sorbo a la copa y cambié de tema: el Madrid jugaba al día siguiente.
Ahora, pensando sobre esto, creo que hice lo correcto. ¿Quién soy yo para hacer proselitismo o decirle que lo que opina no es más que propaganda política? Yo, que pude hacer una carrera, que tengo un buen trabajo, mi casa pagada y me puedo permitir perder el tiempo escribiendo artículos como este, leyendo poesía y sin preocuparme por el saldo de la cuenta.
¿Cómo puedo decirle a una persona que se rompe el lomo a diario que lo que piensa no es correcto? ¿Cómo puedo decirle a ella, que se asusta cuando le suena el móvil porque piensa que es un cargo de la tarjeta, que está cometiendo un fraude a la Seguridad Social?
Ellos son héroes, héroes anónimos. Son buenas personas, cariñosas, orgullosas y generosas. Hacen todo lo necesario por poner la comida en el plato a sus hijos, piden ropa usada para vestirlos. Ajustan sus gastos para poder llevarlos al comedor escolar y comprar butano para calentarse en invierno. No viven, sobreviven.
¿Cómo puedo yo, desde una posición privilegiada, decirles que les han engañado? Lo que ellos sienten viene desde su posición de indefensión, desde ese miedo atroz a no poder pagar la factura de la luz, desde su precariedad.
No es justo mirarlos por encima del hombro, ni llamarles fachapobres. No se les puede caricaturizar. Vivimos en una sociedad cada vez más desigual, levantada sobre los hombros de héroes anónimos.
Hasta los héroes se equivocan.
menéame