Para poner en contexto esta marcianada. Hace unos días me dio una ventolera y pensé en recrear recetas antiguas.
En un envío que hice ayer, www.meneame.net/m/Cocíname/patatas-importancia-receta-cocina-facil-de , solté la idea y lo que había sido una ventolera apareció @TheMarquesito y lanzó, supongo que sin saberlo, un reto.
Hizo un comentario que sugería un libro de recetas de cocina escrito en 1611. www.meneame.net/m/Cocíname/arte-cozina-pasteleria-vizcocheria-conseru
Cogí el guante y me puse con ello.
Primer paso: Descifrar la receta, página 251, panecillos de colaciones. Desmonté el texto y lo organicé a un lenguaje más actual. Ingredientes, pasos a seguir. Busqué palabras que no entendía y eché imaginación a otras y por supuesto traduje las unidades de medida. El resultado es el de la foto.

Segundo paso: Cocinar. Los ingredientes no son raros y estaba todo por casa. A excepción de la levadura, me hubiera gustado usar fresca. Pensé que tendría, suelo guardar en el congelador. Así que usé de la seca (eso no me pone muy contenta)

Tengo que decir que no debí ajustar muy bien los cálculos de las cantidades, así que tuve que echar un poco más de anís, aceite y vino. Si no quedaba como arena la masa. Lo hice a ojo de buen cubero y años de experiencia. En el próximo intento trataré de ser más precisa para reescribir la receta.

Aquí está la masa reposando al amor de la lumbre (me guardo esta frase para siempre, me encantó)

Bollinos pre horno. Los puse a 180 grados media hora calor arriba y abajo. Y 15 minutos más a 200 sólo calor por arriba.

Y aquí el resultado. Creo que debería haber echado un pelín más de azúcar. Con las cantidades que hice, 100 gramos en vez de 66. La textura es blandita por dentro y crujiente arinoso por fuera. Me recuerda a las capas del curassan la textura interior.
Gracias TheMarquesito por esto!!!
Lo he leído muchas veces, pero los autores que abordan este tema, como Piketty, lo hacen de una manera tan relamida y enrevesada, que no se entiende bien lo que dicen, así que voy a intentar lo contrario.
Uno de los mayores problemas de nuestra época, en esta parte del mundo, es la longevidad. La gente no se muere ni a tiros. La gente dura más de lo razonable, y eso es una mierda y un daño para todos por motivos muy diversos. En primer lugar, los patrimonios y el poder económico, se concentraban en los viejos que, por su propia naturaleza, no tienen ganas de hacer nada.
Y no me refiero a los milmillonrios, sino a la gente en general, a la peña de a pie. Si en una familia sigue todo en manos del abuelo, a sus 87 años, no esperes que ponga una empresa, no esperes que abra un taller, no esperes que haga nada. Donará una parte, si acaso, a los hijos, y el resto lo retendrá para quedarse cinco años como un calamar en una residencia, hasta los 93, a razón de dos mil euros al mes. Y cuando al final el abuelo se muera de una puta vez, sus hijos tendrán 67, 64 y 61 años respectivamente, con el pescado vendido, sin ganas tampoco de emprender nada, ya casi ni de gastar en nada, porque estarán reuniendo también pasta para la residencia mientras sus hijos se rompen los cuernos pagando un alquiler.
Eso sucede con la longevidad: el capital se retiene demasiado tiempo en manos muertas, y cuando pasa a la generación siguiente, ya es demasiado tarde para que esta generación tenga el menor deseo de nada. Las herencias, hoy, pasan de muerto a moribundo, de un cementerio a otro, como los huesos que se sacan de una excavación arqueológica para llevarlos a un museo.
Pero no es sólo dinero.
Otro día, con más ganas, hablamos de los efectos de la longevidad en la política, con la acumulación de votantes en un espectro de edad rancio, cegato, conservador y desdentado. O de los efectos de la longevidad en el sistema de salud, gastando ingentes cantidades de dinero en cronificar enfermedades que no van a mejorar, en mantener con vida a gente que en realidad ya no está aquí. O en el simple tapón que los jóvenes sufren por arriba a otros muchos niveles.
Luego os extrañáis de que Ayuso dejara morir a casi 8000 viejos y sólo un 1% de las familias presentara queja. Mucho me parece un 1%, todavía. Mucho más de lo que yo esperaba, la verdad.
Menos mal que ahí están los hechos, porque hablar, de este tema, nadie quiere hablar en serio..
Siempre me ha resultado curioso que cierto sector de la izquierda digital vea con inquina a los autónomos. Resulta paradójico cómo un grupo ideológico que rechaza cualquier tipo de generalización cuando se habla de ciertos colectivos, como los inmigrantes, se recree con gusto en las más pueriles cuñadeces cuando habla de los autónomos. Todos votan a Vox, siempre pagan en B, odian a Hacienda, etc.
Como hemos podido ver recientemente con la reforma de la cuota de autónomos —finalmente rectificada— el tema ha generado una gran controversia. Pero sin duda lo más llamativo es cómo muchos usuarios de esta web tratan el asunto. Basta ir a cualquier noticia y leer los comentarios. Para entenderlo basta mirar esta noticia en portada:
Una historia que, en cualquier sociedad que valore el esfuerzo, debería interpretarse como algo positivo: una persona que trabaja, progresa y consigue mejorar su vida. Sin embargo, en vez de celebrarlo, muchos comentarios se centran en destruir la figura del autónomo, en cuestionarlo, en buscarle defectos, en insinuar que si gana dinero debe ser porque hace “trampas”. Se centran más en dinamitar la idea de que un autónomo pueda prosperar que en alegrarse de que alguien pueda medrar en la sociedad gracias a su propio trabajo.
¿De dónde viene esta inquina? ¿Puede deberse al cainismo que tanto nos caracteriza? ¿A una corriente cultural que demoniza el emprendimiento? ¿O quizá porque, en los casos exitosos, evidencia que no es necesario vivir bajo el yugo de nadie?
La izquierda no debería ver al trabajador autónomo como un enemigo, sino como la materialización práctica de sus metas históricas. ¿No controla el autónomo sus propios medios de producción? Al ser su propio jefe —su propia “dictadura del proletariado”— encarna, dentro de una sociedad capitalista, el ideal que los padres del socialismo imaginaron.

menéame