A mediados del siglo XXI los coches que se conducen solos serán asequibles para las clases populares. El señor Fittipaldi, un padre que pilotaba -decía el pobre- su viejo auto, es introducido de malos modos por su familia en el hueco de la espaciosa cabina del nuevo vehículo autónomo. A trompicones tantea con creciente desazón el amplio y desolado interior mientras busca un volante o una palanca de cambios donde asirse. Al final de la infructuosa exploración, y tras descubrir que los asientos están en sentido inverso a la marcha, quedará adherido al cristal de la ventana, paralizado con los…