Recuerdo algún caso en Estados Unidos, casos sonados como el del envenenamiento por cromo hexavalente del agua potable de Hinkley, California, en el que más de 900 personas de ese pueblo, de unos 2000 habitantes, denunciaron a una empresa energética, PG&E, por contaminar su agua (la de beber, ducharse, la de las piscinas…) y producirles diferentes tipos de cáncer. El caso se hizo famoso internacionalmente por la película "Erin Brockovich". Ésta es la auténtica Erin, que dijo que la peli era acertada al 98%:

Lo que quería la gente afectada era un juicio público, con jurado, que fuera un escándalo nacional y que la reputación de PG&E quedase por los suelos, como se merecía, además de conseguir una indemnización lo más alta posible.
Y a lo que vengo yo es: en un momento determinado, la firma de abogados que lleva su caso les aconseja que, en vez de un juicio, consientan en que sea un arbitraje, con el resultado decidido por un juez y sin posibilidad de recurso por ninguna de las partes, porque un juicio se alargaría años y años, con recursos y más recursos de la otra parte, con dinero y abogados propios para sostener y alargar esa situación el tiempo que fuera necesario, y les da ejemplos de casos en los que se decidieron por juicio en vez de arbitraje que llevaban décadas esperando, con denunciantes/afectados incluso muertos por el camino.
Y es aquí donde queda demostrado que la justicia es contra los robagallinas, contra los que no se pueden permitir sostener los gastos de un juicio en el tiempo, eso queda para los poderosos, que te hundirán en papeleo y gastos hasta que desistas o te mueras.
Pero también digo que eso es así porque lo permite la legislación: el sistema SABE que las maniobras de dilación, para provocar el desistimiento de la otra parte, es habitual entre la gente poderosa, con posibles, haciendo que la justicia sea injusta ya en su fase de administración:
“Nada se parece tanto a la injusticia como la justicia tardía” - Séneca.
Se me ocurre, para igualar la situación, que, una vez que se ha dictado sentencia, la posible indemnización aumente en un porcentaje importante (¿un 20, un 50%?) por cada recurso que se presente. O que los costes procesales, como los impuestos (¡JA!), sean proporcionales al poder económico de cada una de las partes, de manera que alargar el juicio no sea lesivo sólo para una de las partes, la más débil.
Al fin y al cabo, la Justicia no es el póker, no debería depender de las "fichas" que tenga cada uno, y que cada apuesta valga lo mismo para el que tiene mucho y el que tiene poco. Debería compararse con la Sanidad tal y como la conocemos en España: en la Sanidad Pública se te va a curar igual tanto si tienes dinero como si no, y en la Justicia Pública debería ser igual: se te va a atender y se te va a administrar Justicia tanto si tienes dinero como si no, independientemente del dinero que tenga la otra parte.
En cuanto a Hinkley, viendo la película uno podría pensar que todo terminó bien (seguro que la habéis visto), consiguieron una buena indemnización, pero los enfermos de cáncer siguieron teniendo cáncer (aunque, al menos, con dinero para pagar tanto sus deudas pasadas como tratamientos futuros), y ahora Hinkley es, prácticamente, un pueblo fantasma, con su población reducida a la mitad. Imagino que nadie quiere vivir en un pueblo con el suelo y los acuíferos contaminados…
Y, en realidad, tuvieron MUCHA suerte: el juez declaró a su favor por una filtración de documentos internos de PG&E, pero, en realidad, antes de eso lo tenían muy crudo: PG&E tenía "expertos" infiltrados en organizaciones contra el cáncer que hacían informes "científicos" diciendo que el cromo hexavalente no tenía nada que ver con el cáncer. Llegaron a firmar en nombre de su autor, el científico chino Jian Dong Zhang, cuando éste ya había muerto, la retractación de un informe previo que relataba la relación entre el cromo hexavalente y el cáncer. O hacían informes, también falsos, diciendo que el agua de Hinkley no contenía cromo por encima de los niveles permitidos. Si el juez no hubiera tenido esos documentos internos, que reconocían la contaminación y el daño que producía, seguramente hubiera fallado a favor de la empresa.
Conclusión: lo que defiende a la gente de la calle de los poderosos que sólo quieren acumular más dinero, incluido en temas como la Justicia, es la regulación oficial. De otra manera, estamos indefensos, su poder económico hará que no puedas hacer nada contra ellos, en cualquiera que sea el ámbito: judicial, laboral, social…
Y, ojo, los poderosos también intentarán influir en esa regulación, por eso no hay que cejar en la vigilancia de los intereses de la mayoría y en su regulación correcta. De sus intereses ya se ocupan ellos.
Fuentes:
Ni siquiera fue a cien kilómetros de Madrid. Yo creo que el pueblo está a algo menos, aunque me pase como a Cervantes y prefiera no recordar su nombre.
Ni siquiera fue en tiempos de Franco. Fue en el año de Tejero, año tricornudo y melindroso que hizo Presidente al que menos lo esperaba, porque los demás esperaban aún menos verse a sí mismos cagados patas abajo.
En medio de un secarral había una carretera, y en una curva de la carretera había un mesón que bien valía su nombre: una mesa de grandes proporciones con cuatro bancos corridos, servida por una perola que ablandaba en la cocina las vacas bisabuelas que cocinaba mi madre.
Tenía yo entonces nueve años, pocas ganas de estudiar y menos aún de hacer los deberes. Las notas no habían sido buenas, el maestro era malo y borrachín, la escuela fría ty las noticias aún peores: mi padre no se había despeñado; sólo se había ido con otra.
No sé que fue lo que hice. Derramar algo de vino, quizás, cuando fui a servir a un camionero. O dejar caer una taza. Recuerdo eso sí, la hostia que me llevé. Con la mano abierta. Y recuerdo el oído zumbante. Y recuerdo la segunda hostia, y a mi madre llamándome inútil, y piojoso, y maricón, y lamentándose de no haberme reventado contra el suelo el día que nací.
No era la primera vez, y un par de parroquianos se removieron incómodos en sus taburetes.
-No son maneras, mujer terció el camionero.
-Tú come y calla. O marcha de aquí ahora mismo -respondió mi madre.
-No son maneras, joder -insistió él.
-Los palos que me dio su padre se los va a llevar él uno por uno, ¿o qué te crees? A este le arranco el pellejo, antes de que salga como el otro cabrón.
El camionero se levantó y le rompió a mi madre la nariz de un puñetazo. Ella chilló, y el segundo golpe le saltó un diente. Se quedó en el suelo, sollozando.
-¿Algo que decir? -preguntó el camionero a los otros parroquianos, que habían hecho ademán de acercarse.
-Tengamos la fiesta en paz -dijo Segismundo, el vaquero.
-Pues que haya paz. Y tú levanta de ahí, y ponme copa y faria.
Y mi madre se levantó, le puso la copa y le trajo una faria.
Recuerdo que me guiñó, detrás del humo.
Y después de pagar, prometió volver. Y dejó veinte duros de propina.
Y volvió.
Y me dejaba veinte duros cada vez que venía. Hasta que un día que se quedó a dormir. Y allí vivió hasta el año 2016. Con mi madre. Que no volvió a levantarme la mano.
La enterramos en febrero.
No le guardo rencor.
Te lo hicieron pasar mal.
Yo te creo, hija de puta.
Feindesland. 2020. Lo escribí en formato relato, pero pertenece a una especie de entrevista. El que lo contaba lo hacía en primera persona, poco después del final del confinamiento. Pensé que daría para un reportaje, pero me dijeron que no.... Y nunca lo investigué más.
menéame