¿Pero Esto qué es?
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Después de un banéo de 1 día y un baneo de 2 días, me han metido un baneo de un mes por el morro.
Eso si, sin ninguna explicación, como siempre.
Si bien el primer strike es porque no era consciente del cambio en las reglas del voto Spam, que ahora no sirve de nada más que para que te metan un strike si lo usas... Y el segundo strike me lo han puesto porque arbitrariamente han considerado que no puedes votar negativo más de X envíos de Delay, donde X es el numero que al moderador de turno se le antoje. Ahora llega un strike de un mes, sin ninguna explicación ni justificación. Espero que en algún momento vendrá algún moderador a reírse en mi cara inventándose lo que quiera.
Procedo a contextualizar:



Estos son mis últimos votos antes del baneo. Probando a ser mas participativo y usando uso del negativo como dijo imparsifal que hiciéramos decidí de vez en cuando entrar en candidatas y además de menear noticias, votar negativamente las que considero cansinas o sensacionalistas, etc.
Bien, uno puede o no estar de acuerdo con mis votaciones, lo que no podrá es decirme que estoy abusando del voto negativo contra ningún usuario. Y si alguno sale dos o tres veces es más que nada, que como sabéis hay ciertos momentos que algunos usuarios spamean un puñado de noticias detrás de otra y en esa hora aparecen varios envíos suyos en candidatas. De hecho me anduve con ojo al votar (Eso es lo que han conseguido con los strikes) de no votar negativo muchas veces a un mismo usuario ya que había una decena de envíos suyos y al menos la mitad me parecían negativizables, así que me vi obligado por el anterior strike a no votarle negativo ya que consideraron los maravillosos moderadores de que estaría abusando del voto negativo contra un usuario concreto.
En cuanto a mis comentarios en ese escaso tiempo entre baneos solo encuentro este como destacable:

Como muchos sabéis, Delay tenía una entropía miserable ya que envía siempre lo mismo desde los mismos medios y como cambiaron los cálculos para que la entropía tuviese mayor efecto, Delay comenzó a mandar envíos de todo tipo de fuentes de una manera muy graciosa y destacable. Así que decidí comentarlo. Como se puede ver se sumó Suspicious que no sé ni quien es y de muy malas maneras se expresó y todos salieron a llamar a los admins y tal ¿Pagué yo por lo que comentó ese usuario? No lo puedo saber, ya que los Strikes siguen siendo sin información.
¿Si se equivocaron los admins me pedirán disculpas aquí públicamente? ¿O preferirán huir hacia adelante y decir que mi comentario es penable? En ese escaso tiempo creo que solo hice un par de comentarios en noticias de Delay, y eso es realmente difícil ya que gran parte de las portadas son suyas ¿Tengo prohibido valorar o comentar envíos de Delay y compañía? Porque en tal caso me inhabilitan para participar en esta web siendo que la mitad del contenido es de ese grupo. Y ojo, que vendrá ahora el grupito a votarme negativo el artículo así como me votan negativo otros envíos. Que si vemos la relación de negativos que les habré puesto a ellos y ellos a mi en este año nos sorprenderá que ellos me negativizan por lo menos diez veces más y sin consecuencias.
Si dudan, vayan a mi historial del día 19 y 20 a ver que hice o dije. No encontraran más que lo que les muestro.
Yo creo que tras mis dos artículos y siendo un don nadie aquí, los moderadores decidieron meterme un strike de un mes por el morro a ver si así me inhibía y pasaba a otra cosa. De paso me arramplaron todo el karma y me tiré otros 15 días más para poder participar o crear este artículo.
Bueno aquí están mis lloros otra vez y a la espera de que me vuelvan a banear por la cara. Pero al menos dejo constancia de como se las gastan aquí con usuarios antiguos.
Venga, a echarnos unas risas. Saludos.
No tiene sentido siquiera lógico buscar consciencia en el cerebro si es el cerebro el que produce la consciencia.
Buscar consciencia en el cerebro es como buscar pizza entre los ingredientes de la pizza.
No tiene sentido lógico negar que de un cerebro puede resultar algo (una consciencia) que no es un cerebro. Es decir, de un cerebro deben de hecho resultar cosas que no son cerebros, como la consciencia; de modo análogo a como del campo electromagnético deben resultar cosas que no son otros campos electromagnéticos.
La existencia construida y la existencia constructora siempre serán cosas distintas entre sí.
La pregunta de "¿cómo puede resultar de un proceso neurofísico un qualia que no es un mero proceso neurofísico?" es absurda.
Y cuando al fin venza el plazo señalado, volverán los dioses de su exilio.
Llegarán en un barco construido con las uñas de todos los muertos y, expiada su culpa, purificados los dioses del mal que toleraron, juzgarán a los hombres.
Ese día será Ragnarok. El regreso de los dioses. El último día.
Edda Mayor. Mitología nórdica
1
Le dijeron que era una urgencia y no preguntó más. Ya se enteraría más tarde de lo que tuviera que enterarse.
Viajaba siempre sin equipaje. Sólo llevaba documentación y dinero en efectivo. En ningún lugar del mundo había necesitado otra cosa. Se presentó en el lugar convenido con diez minutos de adelanto, listo para cumplir con lo que le ordenasen, y allí escuchó atentamente lo que le contaron: dos docenas de frases, como mucho, y sobraban la mitad. Ya habría tiempo más adelante para hablar largo y tendido con el patrón, con un buen puro, el mejor ron, y toda la velada por delante para desgranar anécdotas y razones.
Sin más preámbulos, se puso en camino. Al aeropuerto prefería ir en taxi: nada de dejar coche en el aparcamiento o de dar ocasión a las cámaras a que registrasen quién llegaban en compañía de quién.
El resto marchó sin problemas. Control de documentos, seguridad, y directamente a embarcar. Le quedaba lo peor: doce horas de vuelo. Y doce horas de vuelo hacia el Este, además, de las que te comen medio día contando la diferencia horaria: salió de su casa a las ocho de la mañana y llegó a Madrid a las tres de la madrugada.
No había conseguido dormir gran cosa en el avión, pero en Madrid tampoco tenía tiempo para eso. El compadre que lo esperaba en el aeropuerto le entregó un coche de aspecto rematadamente vulgar. En el maletero estaba todo lo demás: la dirección donde tenía que realizar el trabajo, el fusil, la pistola, y cinco mil euros, que venían a ser como siete mil dólares, más o menos.
—Esto es sólo para los gastos. Lo suyo va aparte —le aclaró.
Carlos González, o Malindo, como le llamaban sus amigos, hizo un gesto de agradecimiento con la cabeza antes de mirar la dirección. Había oído hablar de aquella ciudad, pero ni siquiera sabía hacia dónde podía quedar y mucho menos a qué distancia.
—¿Está muy lejos? —preguntó.
—Tres horas a buen paso —le respondió su contacto, del que ni sabía el nombre ni lo llegaría a saber nunca.
—¡Carajo!
—Si sale algún imprevisto, me llama.
Malindo anotó en un papel aparte el las seis últimas cifras del número de teléfono. Las tres primeras podía memorizarlas sin problema y a nadie le serviría un número al que le faltasen tres dígitos. A menudo los sistemas más sencillos eran los más efectivos.
—Con el depósito me alcanza hasta allí sin problemas, ¿no? Preferiría no tener que pararme.
—Sí, y le tiene que sobrar bastante. Y tiene ya la dirección puesta en el GPS. No hay pérdida.
Malindo suspiró. Sabía de sobra que muchas cosas podían salir mal, pero él era un tipo con suerte y ya se las arreglaría si sufría una avería o le surgía cualquier otro contratiempo.
—Pues me voy, sin más. Gracias por todo.
—Suerte —se despidió su contacto.
2
El hotel se alzaba orgulloso en una plaza céntrica, imponiéndose al resto de edificios que lo flanqueaban.
Se imponía en otro tiempo. Ya no.
Han pasado los años y la fachada muestra las cicatrices del clima y el abandono. La intemperie ha ido desdibujando los rostros de las estatuas que coronan el tejado, y las cariátides de la planta baja parecen a punto de rendirse, vencidas por las grietas y el sudor negro que corre en chorretones indelebles por sus rostros. En lugar de figuras orgullosas de su fuerza, parecen ahora reos de alguna condena eterna que ni siquiera recuerdan. Y sin embargo no pueden desfallecer, no van a hacerlo hasta que la modernidad acabe de desmenuzar con sus ataques químicos la última lasca de su piedra.
Los inmuebles colindantes se levantan cuatro, cinco, seis pisos por encima del hotel, sustituyendo a los que antaño ocuparon aquellos solares como acompañamiento de la orgullosa mole. El hotel es un vestigio, una reliquia de otras ordenanzas municipales, más restrictivas con la construcción en altura, y ni siquiera se atreve a medirse con los bloques de oficinas o la clínica privada que han medrado a su lado. Sin embargo, aún parece más sólido que el resto, como un viejo púgil fotografiado junto a media docena de modelos de ropa juvenil.
El letrero de latón aún luce imponente, acaso porque su dignidad parece aumentar con la pátina de verdín que el tiempo le ha ido añadiendo, pero las banderas de la fachada parecen todas de luto por alguna extraña catástrofe que hubiese afectado a medio mundo. Hace tiempo que no se cambian en honor a la nacionalidad de los huéspedes, sino que permanecen a la intemperie todo el año, como si quisieran llamar en su auxilio a suizos, italianos, japoneses, británicos y alemanes.
Pero nadie acude en auxilio del viejo prisionero: ni cascos azules ni brigadas internacionales. Sólo algunos turistas espaciados, cámara al hombro, decididos a convertir su decadencia en un valor más, en una razón añadida que resalte su atractivo. Son los estetas del abandono, o simplemente los despistados, los que amplían una multinacional o invaden un país por culpa de un error en un mapa.
El hotel, resignado, se empeña en resistir.
Las alfombras parecen nuevas, pero no son siquiera una sombra de aquellas otras, gruesas y macizas, que cubrían los pasillos diez o doce años atrás. Ahora el lujo es sólo apariencia, decorado para una filmación que no acaba de llegar, atrezzo que resiste semana tras semana hasta que se presenta el relevo en forma de cualquier otra baratija de relumbrón mal imitado.
Las lámparas dejan entrever algunos hilos de telaraña, y las bombillas fundidas tardan meses en sustituirse, a la espera del día en que al fin alguien se sube a una escalera para desempañar los brillos del cristal y el bronce.
Todo ha ido decayendo, como alcanzado por aquel extraño fantasma que desportillaba los vasos, marchitaba las flores y torcía los cuadros de Alraune. Todo es un poco más triste y más viejo: las colchas de las habitaciones, las mesillas de noche, los cabeceros de las camas, la botonadura de los ascensores y hasta los rodapiés de algunos pasillos, pegados de cualquier manera después de que algún incidente, o la simple fatiga, los desprendiese. Pero todo resiste en un último esfuerzo.
El agua se las ha arreglado para componer un segundero en alguna parte, pero nadie se preocupa. Quizás sea en un almacén vacío, o en alguna de las habitaciones que ya no se abren a los visitantes y que ejercen labores de trastero, perfectamente al tanto de la filosofía de todos los trasteros: que nada se pierda y que nada se arregle.
El empeño en la descripción del abandono no es casual: hay lugares cuya seña de identidad es el lujo, otros que se definen por la parquedad de sus líneas y la economía de sus pretensiones, pero la decadencia nunca es muda y contiene invariablemente la historia de un esplendor, la crónica de un fracaso y la promesa de unas ruinas señalables o una gloriosa resurrección.
El hotel, como está hoy, ni vive ni muere, sólo resiste, agobiado por el peso de su antigua grandeza, como una tortuga flaca que debe arrastrar aún la concha que crió en sus buenos tiempos. Media Europa vive así: llena de ciudades que fueron capitales de imperios, centros de administración, cuarteles generales de mando, puertos comerciales, cortes reales, lugares donde un día se decidió el reparto del mundo con una línea sobre el mapa y que tras el paso de los siglos son sólo pueblones, ruinas de castillos y andurriales sin ovejas ni concejos de la Mesta que las saquen del olvido.
De uno de estos lugares toma el hotel su nombre. No importa cual. Hotel Lisboa, Tordesillas, Viena , Versalles, Budapest... Un nombre con sabor a Tratado, con reflejos de salón irisado de espejos, con violines interpretando valses para flamantes parejas que aún se sentían inmortales.
El tiempo alcanzó a esas ciudades, a cada cual a su modo, y alcanzó también al hotel con el peor de los castigos: la indiferencia.
Bombardeado con telarañas y bostezos, el hotel afronta como puede los martillazos del amanecer.
menéame