Pocas cosas han cambiado en este año de miseria humana y baja moralidad. ¿Insultos en el funeral de Estado? Nada nuevo bajo el sol. ¿Las encuestas siguen sin remontar y Vox le come la tostada al PP? Tampoco hay novedad ahí. Y sin embargo, algo ha cambiado. Vicente Vallés dice que todo es mérito de Feijóo. Mazón asegura que ha sido él, que “no puede más”, aunque también admite que si de verdad dependiera de su voluntad, habría dimitido hace tiempo. Otros dicen que fue su madre quien le dijo “basta ya”. Pero no todos podemos acertar.
Yo pondré mi propia teoría porque aún creo en los héroes: la auténtica catalizadora de la dimisión fue esta mujer, la del vídeo, la que pronunció esa frase que le heló la sangre:
“Ojalá te hagan un completo como le hicieron a Rita Barberá.”
No fue un insulto, fue un recordatorio.
Y de pronto, el hombre que parecía tener la cara más dura del Mediterráneo, bajó la mirada y se fue a casa.
Listado no exhaustivo de muertes/fallecimientos extraños vinculados al caso Gürtel
Parece que alguna gente ha descubierto que existen las autonomías desde que las gobierna mayoritariamente el PP, pero no, oye, ya existían mucho antes, y algunos problemas como el de la financiación de las universidades son perfectamente conocidos para los que los debatimos desde la representación universitaria, ya a finales de los años ochenta.
La principal cuestión, para no andarme por las ramas, es que el distrito universitario es único, y con la Selectividad, PAU, o como se llame sucesivamente a las pruebas de acceso a la Universidad, se puede acudir a cualquier universidad española. Así las cosas, el acceso es general para todo el Estado, pero el gasto es autonómico, con lo que resulta que unas comunidades exportan alumnos y otras los importan. Esto genera toda una serie de agravios comparativos respecto a plazas y gastos que nunca se ha terminado de resolver, y casi diría que ni se ha intentado.
Como sucede con el turismo, hay gente que quiere visitantes, y hay gente que no los quiere, cada cual por sus motivos. Los partidarios del actual sistema dicen que, lo mismo que la comunidad receptora paga de su bolsillo los gastos, también recibe los ingresos, en forma de alojamiento, y el gasto que los estudiantes foráneos hagan en su tierra. Lo detractores dicen que, para eso, es mejor poner hoteles, porque a los turistas no hay que darles servicio educativo, o fomentar que vayan a las universidades privadas, porque hacen el mismoi gasto y la Universidad se la pagan ellos. Un debate agrio. Un campo de minas.
A los gobiernos autonómicos, a todos, les molesta por ejemplo que estudiantes locales se queden sin plaza porque los de fuera han obtenido mejores notas en SU prueba. Los modos de combatirlo son muy variados, desde bajar la financiación para reducir las plazas, forzar el uso de idiomas regionales para que no vaya gente de fuera, o poner determinadas escuelas y facultades en localidades de escaso o nulo atractivo, que desincentiven la migración escolar. La cosa es alejar al foráneo, o conducirlo a la privada, para que no cueste un dinero que se ve como una pérdida.
Los que niegan este argumento diciendo que todo el mundo está encantado de atraer gente, deberían preguntarse por qué se reducen tanto las plazas en determinadas titulaciones con demanda, cuando el coste MARGINAL de cada nuevo alumno es más bajo que la crecaión de nuevos grados. La respuesta es que no se quieren pagar los estudios a gent de fuera de la comunidad autónoma y se hace lo posible por evitarlo.
Mientras no se genere un mecanismo de compensación para este tema, seguiremos como hasta ahora: tirándonos de los pelos por un tema que quedó a medio camino entre el centralismo y la descentralización. Un despropósito.

Me gusta mucho el trabajo de Hari Ren, un artista británico que ha construido un universo propio a medio camino entre la distopía obrera y el cuento folclórico. Nació en Stalybridge, en el norte industrial de Inglaterra, rodeado de fábricas textiles, chimeneas y un paisaje que olía a aceite y hollín. Ese entorno —y el hecho de haber crecido en una familia trabajadora— impregna toda su obra. En sus ilustraciones se mezclan ruinas industriales, barrios obreros, cables, cámaras de vigilancia y un tipo de belleza rota que parece resistirse al olvido.
Ha inventado una ciudad ficticia llamada Harrowden, que funciona como escenario de sus creaciones: un lugar donde lo mecánico y lo humano se confunden, donde la historia de la clase trabajadora se transforma en un mito oscuro. Todo en Harrowden tiene algo de pesadilla fabril, pero también de elegía. Sus imágenes no son solo críticas, son también homenajes: a los oficios perdidos, a las manos manchadas, a la dignidad que persiste incluso entre los escombros.
El rojo aparece en muchas de sus obras como una advertencia y como una llamada. Viene de su pasado en el diseño anarquista, del imaginario de las camisetas rojas y negras, pero también de una pulsión visual muy fuerte: el rojo como sangre, como fuego, como señal. A través de él, Ren convierte cada fábrica en un altar y cada torre de refrigeración en una catedral profana.
Sus influencias son claras —Orwell, Dickens, el punk—, pero las ha llevado a un terreno visual poderoso, melancólico y político. Harrowden es, al final, una metáfora del presente: un mundo en decadencia que los poderosos remiendan con vigilancia y control. Por eso, más que un artista, Hari Ren parece un cronista del colapso, un testigo que dibuja lo que queda cuando la máquina se rompe.
Aquí os dejo su IG: www.instagram.com/harir3n/
Esa generación se pasó gran parte de sus años intentando recobrar los sueños de los que perdieron la guerra. Y sólo consiguieron morir de sed, porque los sueños de los muertos son un pozo seco.
Diccionario Jázaro. Milorad Pavic.
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