Ante la oleada de Trump, Europa ha de repensar los fundamentos de su doctrina comercial. Si Europa no abandona su religión de libre comercio, se arriesga a un desastre social e industrial sin precedentes. Y sin beneficios para el planeta, todo lo contrario. Para fijar sus aranceles, Trump siguió una lógica nacionalista (el superávit bilateral con los EEUU) y bastante caótica, a medida que cambiaba de humor. Hay que hacer lo contrario: los derechos de aduana deben fijarse sobre principios universalistas y predecibles.
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Ya no habra incentivos para los sucios africanos o musulmanes de trabajar en la peninsula de asia.