Luis Arteaga era apenas un adolescente pleno del candor que solía caracterizar a la gente sencilla de los pueblos de las provincias, con sus diez y siete años, rebosaba en vitalidad y simpatía, era un joven acomedido y siempre amable con las personas de los huertos vecinos. Su carisma era inspirador de confianza; razón por demás para que siempre fuera bien recibido en la humilde pero acogedora casa del anciano Don Danilo Pereira. La esposa de este, Doña Petronila, en medio de su pobreza, siempre tenía algún postre casero o un plato de comida pa