Es una tentación tan vieja como el mundo. No se trata sin más de un instinto de sano y sabio perfeccionamiento, sino de algo que parece que está malditamente escrito en nuestra más torpe pretensión: querer ser como Dios. En la larga trayectoria de la historia de los hombres, se ha intentado con más sutileza o más grosería, reescribir esa arcana tentación de polemizar con Dios, de negociar con Él, de desplazarle, de ignorarle… o de pretender llegar a su misma destrucción.