En su papel de astrofísico, convivían el escritor y el pensador sin estorbarse. Poseía una inteligencia lo bastante rigurosa como para detectar una falacia y lo bastante amplia como para comprender por qué nos atraen las falacias. Su talento no consistía solo en explicar los anillos de Saturno o la evolución, sino en recordarnos que esas historias nos pertenecen, que somos una línea de ese relato cósmico que empezó antes de que hubiera alguien para contarlo.