Los hechos ocurrieron en plena II Guerra Mundial, al norte de Irlanda. En 1942 el enorme RMS Queen Mary, un trasatlántico con apariencia majestuosa de la empresa Cunard, que había sido reconvertido y utilizado para el transporte de tropas de la armada británica, llevaba como escolta un crucero, el HMS Curacoa, y 6 destructores. Debían cruzar un océano lleno de submarinos enemigos y la mejor defensa que tenían era su enorme velocidad.