Es una escena infantil de la que ya casi no me acordaba pero que ha vuelto como una ráfaga caliente a mi memoria. Estamos en los primeros años noventa. Mi primo y yo nos hemos despertado alborotados porque hoy no es día de escuela y podemos ver Pressing Catch. Embobados, con los ojos imantados frente a la pantalla, soñamos que nos convertimos en alguno de aquellos luchadores, personajes espléndidos con disfraces de fantasía que nos seducen entre posturitas y cabriolas.