Se calcula que una gran parte de la población china sufre trastornos mentales, y que las autoridades, como tantas otras cosas, no lo reconocen como una enfermedad. La mejora en la calidad de vida de algunos núcleos urbanos, con la aparición de una clase media, ha aumentado las expectativas de felicidad y con ellas, la probabilidad de frustación o de fracaso. La ansiedad de este fracaso provoca una enfermedad muy conocida en los países desarrollados, la depresión, pero a la que China no estaba habituada.