El problema va más allá del ladrillo: hay escasez de trabajadores cualificados. El relevo generacional está ausente, los sueldos son bajos y las condiciones físicas del trabajo disuaden a las nuevas generaciones. Lo que antaño era una profesión respetada, hoy está marcada por la precariedad. Así lo denuncia Pascual, jefe de obra e hijo de albañil. Con décadas de experiencia a sus espaldas, Pascual no se guarda nada: “Nuestro trabajo se ha devaluado. Parece que solo servimos para hacer el trabajo sucio, pero sin nosotros nadie tendría casa”.
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