Toda la historia de mi vida, y en esencia toda la historia de la clase trabajadora consiste en esto: en que hemos luchado bajo el liderazgo de Lenin y Stalin
#14 Primero mirame y luego decide si quieres o no que te dé por el culo. Estoy muy bueno, soy alto y tengo un cuerpazo. Y el resto a conjunto. En mi nótame hay algunas fotos. Y este finde estoy en Zamora, que mi futuro marido tiene el cumple de su futuro suegro.
#8 De ninguna manera. Soy yo el utilizado, el forzado y el manchado. Y con todo me abruma la culpa y deseo de aplicarme severas disciplinas para mortificar mi carne concupiscente. Sólo de oír "etiquetas literarias" me estremece un deseo inconfesable e irrefrenable que me lleva a tocarme en todo tiempo y lugar sin comedimiento alguno. Es tal el sometimiento que tal expresión ejerce contra mi débil espíritu. Siente, hermano, compasión, y eleva tus oraciones al eterno para que disuelva está prisión del alma.
#2 Para la derecha llevarse folios del trabajo es igual que el despacho de Montoro. De hecho, bajo ese principio, buscáis el más mínimo indicio, aunque sea falso, para proteger al novio de Ayuso, que es su testaferro
Lo siento, pero escuchar La Base me da tanta pereza como a su jefe organizar un partido decente. Dice cosas correctas, pero también mucha gente lo hace sin necesidad de comerte. Una Legión de pelotas inútiles.
La literatura, en su más pura acepción, no es un arte de la representación, sino una epifanía del pensamiento encarnado en el signo. Sobrevivir a las etiquetas literarias implica trascender los marcos hermenéuticos que pretenden domesticar la palabra, resistir el dictamen del género y desmantelar la ilusión de pertenencia estética. Cada texto, en su devenir semiótico, inaugura un territorio de indeterminación donde el sentido fluctúa, se fractura y se reconfigura. Así, la escritura —como acto de insurgencia ontológica— se libera de las taxonomías, afirmando su derecho a existir en el intersticio donde el lenguaje piensa más allá desí mismo.