Una mañana de otoño de 1787, Johan Gadolin recibió en su laboratorio una pequeña caja de madera. Dentro reposaba un mineral negro, de brillo metálico, envuelto con cuidado en papel de estraza. Lo enviaba el geólogo aficionado Carl Arrhenius, que en una nota explicaba que lo había encontrado en la mina de feldespato de Ytterby, cerca de Estocolmo. Arrhenius pensaba que, como era tan pesado, podía contener wolframio, el valioso metal que los hermanos Elhuyar habían aislado cuatro años antes.
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