«Tengo que contestar»; suena casi a necesidad. Laura acaba de llegar a casa. Está sedienta, pero sus pasos se dirigen a su habitación. «Lo odio»; no es una confesión dirigida a su peluche favorito, sino un insulto al ordenador. Se está encendiendo. Tarda unos minutos. Listo. «¡Qué bien!» Tiene cinco mensajes privados, ocho comentarios en su tablón, el doble en sus fotos y tres peticiones de amistad. «Tengo que contestar»; ahora se trata de pura satisfacción.
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