Es este el primer septiembre en que ya no está vivo Pinochet, pero su mirada viperina sigue sobrevolando nuestras ciudades y nuestras conciencias. El miedo al castigo. El miedo al aislamiento. El miedo al desprecio. El miedo al dolor físico y al dolor moral. Cuánto nos ha costado salirnos de la fila. Cómo le hemos temido a la desaprobación, a la censura, a perder el trabajo, a no poder pagar las cuentas. No digas eso, no te muevas, ubícate, no seas aguafiestas. La genética misma de nuestra democracia lleva ese sello: el miedo.
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