Aquella mañana de 1950, cuando el joven profesor Bonnet se preparaba para otra jornada en la Universidad de Princeton recibió un mensaje que iba a trastornar la rutina de su laboratorio: el científico más grande del siglo XX quería visitarle. Algo notable, si consideramos que John Bonnet se dedicaba a la microbiología, un área aparentemente alejada de las preocupaciones del genio de la cuántica y la relatividad.
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