Las primeras especies que conquistaron la superficie terrestre –primero reptiles y posteriormente aves– apenas necesitaban del sentido del oído en una primera fase de su adaptación terrestre. De hecho, eran prácticamente sordos. La evolución del oído se hizo imprescindible cuando las especies empezaron a desarrollar la actividad nocturna para cubrir sus necesidades vitales y al mismo tiempo protegerse de los depredadores.
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