Os lo cuento tal como ocurrió. Se planta el otro día mi hija, de cinco años, frente a mí y suelta con gesto burlón: "Papá, ya sé quién es Belén Esteban. Y también conozco a una que se llama Lydia". Sale después corriendo para darse otro chapuzón en la piscina. "¡Santo Dios!", exclamé yo, desolado, para mis adentros, y me tocó rumiar, durante horas, una mezcla de vergüenza e indignación similar a la que debe de sentir, cada día, el 'personal trainer' de Boris Izaguirre.