Más que por las personas que se llevan cosas de los supermercados, las grandes cadenas estadounidenses empiezan a preocuparse por lo que algunos clientes les dejan dentro. Poetas que introducen sus libros autoeditados en las estanterías, músicos que dejan sus CDs en lugares estratégicos de las tiendas o artistas que apilan decenas de latas con su obra en la sección de comida. Cada vez son más las personas que deslizan entre los productos objetos personales procedentes del exterior, bien para autopromocionarse o para burlar al sistema.
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