En clase de mi hija hay 17 alumnos. Solo cinco hijos de españoles. Cuando yo inscribí a mi hija en ese instituto, desconocía el dato. El primer día que fui a buscarla y descubrí que sus compañeros eran racializados hallé en mí una vena de xenofobia internalizada muy potente. Pensé que el centro era «de segunda clase». Que «me habían estafado». Me costó mucho trabajo personal darme cuenta de hasta qué punto había interiorizado los mensajes racistas que de forma continua nos difunden los medios de comunicación.
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