Tres días a la semana, un hombre entra bien temprano en la sede del PSE-EE en Bilbao cargado con libros. Aprieta el botón del ascensor, sube a la planta noble y enfila directamente al despacho del secretario general del partido. Todo el mundo le conoce. Saluda a quienes encuentra a su paso. «Egunon», claro. Es él la persona que hoy en día aún puede, y debe, amonestar cada vez que se despista al candidato socialista a lehendakari en plena cresta de la ola.
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