Como jurista y como feminista debo recordar lo elemental, aunque parezca increíble tener que hacerlo: adolescentes de trece a quince años, bajo custodia adulta, no consienten dinámicas de desnudez con monitores, las padecen, y cualquier apelación a la elección en un marco tan vertical es coacción. Que en pleno siglo XXI tengamos que repetir lo obvio revela hasta qué punto el relativismo posmoderno ha corroído el sentido común y la protección básica de la infancia.
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