Leo lo que algunos de nuestros periódicos han decidido reseñar en relación con la firma, en Lisboa, de un nuevo tratado de la Unión Europea que, mal que bien, viene a sustituir al que naufragó en 2005. En todas partes encuentro lo mismo: el designio de dar cuenta, por un lado, del relieve de lo ocurrido y la vocación, por el otro, de explicar cuáles son las novedades precisas que el texto recién aprobado acarrea.
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