El Vaticano dijo que no. Que en sus calles no se iba a rodar la precuela de El código da Vinci, ese taquillazo mundial que ponía en solfa a la iglesia católica. Pero se da la circunstancia de que la película, titulada Ángeles y demonios, sucede en la urbe de la Santa Sede, así que los productores recurrieron a un ardid: disfrazaron a sus cámaras de turistas, según informa el diario británico The Guardian. De esta guisa, los técnicos eludieron el veto y tomaron cerca de 250.000 fotografías y filmaron horas de metraje.
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