Pocas cosas hay en España que dividan más que el mercado laboral. Separa -y discrimina- entre hombres y mujeres, entre jóvenes y mayores, entre españoles y extranjeros, entre fijos y temporales, y entre quienes viven en el norte o en el sur de España. En las conversaciones de bar o en las tertulias levanta menos pasiones que el fútbol, la política o la religión. Pero sus consecuencias se notan cada día. Sólo una de cada diez personas que vive en el País Vasco y quiere y puede trabajar está desempleada; en Canarias, son una de cada cuatro.
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