¿Cómo es posible que doscientos mil ciudadanos sobrevivan sin ningún ingreso? ¿Se alimentan por fotosíntesis? ¿Convierten cortinas y manteles en toda suerte de prendas de vestir? ¿Nutren los depósitos de sus vehículos de agua corriente? ¿Residen en los nidos abandonados por las aves migratorias? La respuesta a tal enigma es sencilla: los años de bonanza económica de los que disfrutamos nos individualizaron de la misma forma que la galopante recesión que sufrimos nos vuelve a colectivizar.
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