Los padres de una adolescente para castigarle por una serie de improperios, le confiscaron el teléfono móvil durante una semana y se dedicaron durante ese tiempo a tirar de cámara e inundar el time-line de la niña con fotos suyas haciendo cucamonas, gestos y gracietas. Probablemente sabían que estaban causando un poco de dolor emocional a su hija, el suficiente para que se comunicaran con más respeto en el futuro; pero no calibraron los efectos viralizantes de estas iniciativas.
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