Los insectos y otros artrópodos están bien equipados para la guerra química. Se trata de un factor no considerado a menudo pero que también ha contribuido a su éxito evolutivo. Sus armas se manifiestan en una gran variedad de formas, desde defensas pasivas en forma de púas, pelos urticantes o presencia de sustancias tóxicas en la hemolinfa o en la cutícula hasta defensas activas como venenos o sustancias repelentes que son lanzadas hacia los atacantes.
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