Esta noche, bajo la arboleda encantada del Jardín Botánico de la Complutense, Air ha convertido Madrid en una cápsula del tiempo y del espacio. Ha sonado La femme d’argent y, con ella, ha comenzado un concierto que no parecía de este mundo: más bien, una transmisión en una frecuencia alienígena. El público no ha gritado ni interrumpido. Ha escuchado. No ha sido una noche de euforia, sino de suspensión. Una ceremonia etérea.  
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