Lo entrevisté varias veces y recorrí casi todas sus bibliotecas, sus mesas de trabajo, en Londres, Madrid, Nueva York, Perú, y el orden de sus ambientes laborales era solo comparable al orden mental con el que se ponía a escribir y al que procede del uso correcto y obsesivo del tiempo. Nunca recibía por las mañanas, y por las tardes era muy complicado que atendiera antes de las 6 o las 7. Estaba convencido de que el genio no es natural, sino fruto del esfuerzo y el tesón. Así lo escribió en sus Cartas a un joven novelista.