A las 21:30 h. del pasado 25 de marzo, descendía por las escaleras del ministerio de Cultura todo un tropel de altos representantes de la industria del celuloide; concretamente veintitrés. El disgusto era generalizado. Tres horas antes, habían entrado en una reunión presidida por César Antonio Molina sin saber a ciencia cierta el motivo de la misma. Los ponentes iban narrando uno a uno, a sabiendas de la futilidad de sus palabras, su visión sobre la situación actual de la industria.
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