En una maltrecha furgoneta Renault roja estacionada en el Bois de Boulogne, un parque a las afueras de París, Jhoanna espera pacientemente a su próximo cliente. A poca distancia se encuentra el Lagardère Paris Racing, un elegante club deportivo donde los adinerados residentes de la capital francesa pagan miles de euros al año para nadar, jugar al tenis y socializar. Jhoanna, de 55 años, trabaja en el extremo opuesto de la escala económica. Desde el asiento del conductor de una cabina abarrotada de cosas, observa la tranquila carretera.
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