Zineb el Rhazaoui, periodista de 28 años, apenas pudo dar unos pasos en el andén de la estación de ferrocarril de Mohamedia, a una veintena de kilómetros al norte de Casablanca. Decenas de policías, uniformados y de paisano, habían tomado el apeadero. Dos de ellos la pararon a ella y a sus amigos, les pidieron la documentación, registraron sus mochilas en busca de la prueba del delito -un bocadillo y un refresco- y les ordenaron que se subieran al primer tren que regresase a Casablanca.
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