En septiembre de 2019, el puerto ruso de Pevek fue testigo de un hito tecnológico: la llegada del Akademik Lomonosov, la primera central flotante del mundo. Se presentó como una solución energética para las regiones más inhóspitas del planeta. En realidad, su propósito era otro: alimentar las minas de oro y cobre de Román Abramóvich, aliado de Putin. Así comenzó una nueva carrera energética donde las centrales nucleares se convirtieron en herramientas geopolíticas, más que en fuentes de energía limpia.
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