Especialmente destacaron dos por su comportamiento violento que los enfrentó de inmediato con la ciudadanía: el inspector Cirino Alonso y el municipal Juan Mangas, conocido por «Manguitas» o «Mangones». Con sable y revolver, si patrullaban por el casco urbano, y/o carabina y bayoneta cuando tenían que acercarse hasta las zonas rurales. A cambio de ochenta pesetas mensuales el Reglamento les imponía unas condiciones draconianas: "debían estar en la calle nada menos que doce horas diarias y no tenían descanso semanal.
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